31 de marzo de 2013

Cómo duele.

Se siente en lo más profundo el dolor típico de la mala suerte. Mantengo siempre vigente el pensamiento de que, cuando mi piel se arrugue, voy a poder seguir sintiendo la suavidad de tu alfombra. Y el tiempo va a retroceder. Y yo no voy a estar.
Y acá estamos. Acá sigo, parada, de pie. Viendo cómo es que otros se llevan lo único que pude lograr. Y yo me quedo inmóvil, no puedo hacer nada. No hay derecho de reclamarlo.
Llegué al punto de preguntarle al cielo qué tan caro es el precio del amor, para pagar demás y que me deba algo.
Hoy dejo mi boca cerrada y corto la respiración. Porque nada puede hacerme sentir mejor. Ningún logro, ningún amor, ninguna persona.
Se que existe esta distancia, que el tiempo no sabe de extrañar. Y ahora están jugando a construir una máquina para regresar. Todos los que tenemos los pies firmes a la tierra, los que criticamos, arreglamos y  rompemos, podríamos vernos desde lejos a nosotros mismos haciendo mal lo que era crucial.
Es necesario estar sola, con música deprimente que aumente mi tristeza al más diez, cantar bien alto, gritar y romper cada cosa que me moleste.
Cómo duele no saber decir lo que quiero contar.